¡OH, VIEJECITA MÍA!


¡Oh, viejecita mía!
No vengas más a verme a la prisión...
Mas... ¡ay! si no vinieses, sufriría
mucho más tu sensible corazón.

Si vienes y me ves aherrojado
padeces cual la madre de Jesús;
si no vienes, más triste, atormentado
tu espíritu me ve llevar la cruz.

Y vienes sin poder venir a verme
burlando el infortunio tu valor.
El alma te desvives por traerme
algo de pan y frases de calor...

Te veo, viejecita, vacilante,
detrás del locutorio, que separa...
La fuerza del dolor hondo, imperante,
disfraza la sonrisa de tu cara...

¡Y, no puedo abrazarte, madre mía!
(Tan falta de consuelo, apoyo y calma
que te veo...) Señor, ¡cuánto daría
por ver feliz a este ángel de mi alma!

Te veo, viejecita... con ojitos
que dicen la verdad de tu pasión,
y clamo a los poderes infinitos:
¡Piedad para mi madre... compasión!

Yo no sé si se pierde en el vacío
el grito de mi pecho lacerado...
(Y, nada espero de este mundo impío
donde al bueno se le hace desgraciado).

Nada espero... Bien sé por experiencia
lo que los hombres ahora dan de sí...
(Se habla de la bondad, de la clemencia,
de la justicia... ¡y todo falta aquí!).

Y mis ojos levanto suplicantes
al misterio que ignoro... mas presiento...
¡Señor de los luceros rutilantes:
contempla de las madres el tormento!

Pues, que tienen de cielo el corazón
y el infierno les toma en su porfía...
¡Cómo será, Señor, la pasión
que pasa la cuitada madre mía!

¡Cómo será el dolor...!
Mostrando la infinita
tristeza en su mirada, toda amor,
¡la veo tan humilde y viejecita!

Acude con los fríos del invierno
al viento y a la lluvia en su rigor...
Viene, cuando el calor es un infierno
para el que va con hambre bajo el sol.

Se quita el alimento de su boca
para llevarlo a su hijo amado;
y su constancia le parece poca
siempre a este corazón sacrificado...

... Me imagino las noches infernales
que pasarás pensando en el ausente:
¡Eterno transcurrir de las letales
horas de insomnio y llanto...!

Tu alma siente
las tristezas sin nombre de la ausencia,
las zozobras insólitas del miedo,
la horrible soledad... ¡y la inclemencia
de un mundo, que del bien sólo es remedo!

¡Qué noches pasarás! ¡Cuánta tristeza!
Cuando estés reposando sobre el lecho
la inmaculada flor de tu cabeza,
subirá la congoja desde el pecho...

Y, cual lluvia benéfica del alma
las lágrimas, saliendo incandescentes,
el contraste serán... sobre la calma
y la beatitud de los durmientes...

¡Qué noches pasarás! ¡Cuánta amargura!
... Tú, que eres digna del Edén soñado,
tú, que eres dulce como el alba pura,
tú, que eres buena como el pan dorado...

Y, eres tan mansa como el aura leve,
y eres humilde como flor nativa,
y eres tan pura como la alba nieve,
tan sencilla, serena, sensitiva...

¡Oh, madre! ¡Quién pudiera sostenerte
con mi honrado, amoroso y fuerte brazo!
¡Quién pudiera en tu agobio protegerte,
y, soñar cual pequeño en tu regazo!

(Si hubiera sido malo, lloraría
el horror de mi falta, dolorido;
pero soy inocente, madre mía,
y sufro... ¡sin estar arrepentido!).

... Por ti padezco, que eres mi desvelo;
por ti padezco, que eres mi bonanza;
por ti padezco, que eres dulce cielo;
por ti padezco, que eres mi esperanza;

por ti padezco, que eres miel, ternura...
Pues que eres buena como el pan dorado;
pues que eres dulce como el alba pura;
pues que eres digna del Edén soñado...

Y eres tan mansa como el aura leve;
y eres humilde como flor nativa;
y eres tan pura como la alba nieve,
tan sencilla, serena, sensitiva...

Me llevaste en tu entraña, como un sueño,
y me diste a la vida con dolor;
me cuidaste con mimos, de pequeño
mostrándome caminos del amor.

Y fuiste siempre guía y panacea
en todos mis quebrantos y dolores;
me enseñaste del Bien la bella idea
y en todo mi vivir sembraste flores.

Recuerdo que de niño me enseñabas,
sentado en tus rodillas maternales,
a rezar y a ser bueno, y sollozabas
pensando que en el mundo hay muchos males.

Y oprimiendo mi cuerpo adolescente
mirabas a la altura misteriosa,
y al pensar en el Dios omnipotente
parecías la Mater Dolorosa...

Por ti, creo en el cielo, madre mía.
No concibo que un mártir puro y bueno
no encuentre recompensas algún día,
no vea de la gloria el albo seno.

Si todo terminara en la existencia
donde el justo padece tanto mal,
nuestra vida sería incongruencia,
contrasentido irónico y fatal.

Mas no, que la conciencia en nuestra alma
señala las acciones con fijeza;
nos da si el bien hacemos, dulce calma,
y nos da, haciendo el mal, cruel tristeza.

Dios ha puesto en nuestra alma un hondo grito
que guía hacia senderos de la Luz,
a la inefable calma... al Infinito...
¡por eso tú bendices aún tu cruz!

¡Señor de los luceros brilladores
y de Gracia Infinita:
derrama en su camino muchas flores...!
¡Es ya tan viejecita!

Concédele la dicha, ¡oh, Salvador!
(que ella te pedirá en serenos rezos)
yo pueda rodearla con mi amor
y tenga en su vejez filiales besos.

Y llegado, por fin, el triste día
de partir a los Cielos Infinitos,
yo pueda acompañarla en su agonía
y cerrar con mis besos sus ojitos.




Paco Mollá