DESPEDIDA TRISTE


Recuerdo ¡ay! lo triste
de nuestra despedida
del Campo de Monóvar...
¿Te acuerdas, vida mía?

Cargado con las mantas
y cesta de comida,
y atado a otro, fuerte,
¡ay!, laso yo salía
de aquella cárcel lóbrega
que me amargó la vida
camino del destierro...

Tú afuera, Justa mía,
con alma emocionada
mirabas mi salida,
y, al verme, sonreíste
con mirada tristísima...

Tus ojos me miraron
con alma compungida,
y, en cambio, por valerme,
llorando te reías...

Te pusiste a mi lado:
salió la comitiva
y, sin querer, las lágrimas
quemaban mis pupilas...

Saliendo al campo raso,
se dirigió mi vista
hacia los altos montes
de mi tierra querida.

Y vi Los Chaparrales
y la soberbia Silla,
erguidos y azulados
allá en la lejanía...

Les dije con el alma
de pena estremecida:
¡Adiós, saudosos montes!
¡Adiós, tierra querida...!

Allí dejaba, triste,
serenas alegrías,
días de amor bendito...
¡que ya no volverían!
Mis padres viejecitos,
mis tiernas hermanitas,
y la mujer que Dios
me dio por compañía...

¡Allí quedaba todo!
¡Oh amarga suerte mía!
Por un infierno ¡ay!
dejaba yo mi dicha...

Camino del exilio,
¡qué triste lo veía
todo lo que otras veces
dio júbilo a mi vida!

¡Qué triste el puro clelo!
¡Qué triste la alta Silla!
¡Qué triste el padre sol
que a todos igual mira!

Los árboles, ¡qué tristes!
Igual las avecillas;
igual los aires puros
que tibios acarician.

Dolor era la tierra,
dolor la luz del día;
dolor era el ambiente,
dolor era mi vida...

Mas tú venías cerca
-asi Dios lo quería-
pues que llegaste a verme
el día que me iba,

que sin saber tú nada,
corriste compungida:
la hora de mi exilio
tu alma presentía...

Camino del Calvario
a mí me parecía;
camino de la muerte,
destierro de la Vida.

¡Adiós, mis esperanzas!
¡Adiós, tierra bendita!
¡Adiós, mujer amada!
¡Adiós... Dios os bendiga!

Llegamos al andén:
el tren pronto vendría...
Hablamos un momento
de Dios y de la vida.

Tú me dabas valor,
forzando las pupilas
por no llorar de pena...
-¡yo bien lo comprendía!-.

Yo a ti también trataba
de darte alguna dicha
hablando del futuro
y de serenos días.

Entonces, entre lágrimas
amargas, sonreías...
Y yo te acompañaba
besando tus pupilas...

Miraba yo tus ojos
con tanta simpatía
que el alma lo inefable
mirándote sentía...

Me mostraban tus ojos
ternuras infinitas,
bondades increíbles,
serenidad altísima...

Un ángel de los Cielos
entonces parecías..
la gracia de las santas
de tu mirar fluía...

Llegó por fin el tren.
¡Qué dura despedida!
Unida contra mi
llorabas tu agonía...

Creí en aquel momento
que el cielo azul se hendía,
que el mundo se estrellaba
y todo concluía...

Por fin nos separaron
con brusca sacudida,
y al tren subí cual entra
el reo en la capilla.

Miré desesperado
desde mi ventanilla:
te vi cual si estuvieses
en páramo perdida...

Tan triste te miraba,
tan turbada y hundida,
que yo temí quedases
allí desvanecida...

Camino del Calvario
a mí me parecía.
Camino de la muerte.
Destierro de la Vida...

¡Adiós, mis esperanzas!
¡Adiós, tierra bendita!
¡Adiós, seres amados!
¡Adiós... Dios os bendiga!

1.934




Paco Mollá